El hombre que inventó el reguetón, sin enterarse
El panameño Edgardo Franco, «El General» para el siglo, se las compuso en los primeros años noventa para formular el género que iba a reventar las costuras del baile.
La salsa romántica, calentona y bien espesa, ya proporcionaba a finales de los años ochenta el caldo de cultivo idóneo para darse un buen restregón paramusical entre cubata y cubata, pero tuvo que llegar El General para animar una fiesta que del Caribe llegaba a España a borbotones y ponía a la gente perdida. El roce hacía el cariño, y en esas estábamos cuando al artista panameño, hoy superado por los acontecimientos y retirado, se le ocurrió acelerar un ritmo que se hacía demasiado empalagoso, por lento, más propio del estadio postcoital de una relación amorosa que de la fase del cortejo, más entretenida, vistosa y desvergonzada. El perreo estaba a punto de irrumpir en la civilización.
Mucho antes de que John Sayles incorporase «Amor de pobre» a la banda sonora de «Men With Guns» (1997), en la que compartía pista con el etnicismo de Totó la Momposina o el acento tradicional de El Chane o la Banda Once de Enero, El General ya estaba dando guerra. En «Muévelo», su primer éxito, Edgardo Franco hizo pública la fórmula magistral de su receta: «Baila el merengue/ Baila la rumba/ Baila el cha-cha-cha/ Baila la salsa/ La soca, también el ragga».
La fría mezcla sonora de El General contrastaba con un relato sexual de inequívoco macho alfa en celo
De todo había en un batiburrillo musical en el que destacaban la sequedad de su fraseo, procedente del rap norteamericano, sin la blandura de los salseros de consumo, y una instrumentación sintética y por entonces bastante fría, una mezcla que contrastaba con un relato sexual de inequívoco macho alfa en celo. La homofobia, también adquirida del hip-hop estadounidense -«No quiero ningún chico mariposa/ Son muy raros si vienen con su cosa»- también asomaba en una canción de depredación y barbarie, pieza fundacional de un estilo caracterizado por tratar a las mujeres como auténticas perras movidas.
Las pintas que traía El General pasaron por el taller de diseño de los años ochenta, valga la redundancia, para adaptarse a la modernidad plástica de la España de los complejos. Pablo Sycet, autor de portadas para Dinarama, Gabinete Caligari o el último Camarón, se puso a dar cera y pulir cera y envasó el repertorio musical del panameño según los estándares al uso. Lo que se estaba cociendo en aquellos primeros años noventa, una década antes de «La gasolina» de Daddy Yankee, era ni más ni menos que el reggaetón, subgénero que iba a ser soporte y excusa del baile más procaz y desinhibido desde los tiempos, anglosajones, de «Dirty Dancing». El General era muy consciente de que el movimiento de caderas y nalgas al que invitaban sus canciones era, si no la base, el reclamo de su fiesta. «Alza la mano para que te vean,/ date la vuelta si te ves buena,/ enseña mamacita cómo lo meneas./ Menea, menea… Te ves buena», cantaba el panameño, más caliente que el pestillo del infierno.
Caramelo envenenado
Es en «Caramelo», de 1992, donde El General se reformula y anuncia una nueva receta de la que quita farfolla para quedarse en lo esencial. «Este es El General con un merengue reggae/ so mira los copiones», dice nada más empezar a interpretar una canción en la que, además de identificar los componentes básicos y ya casi definitivos de un reggaetón cuyo estallido comercial le cogió ya jubilado, acentúa el carácter machista del estilo. «A todas las mujeres les gusta el caramelo/ Lo chupan y lo chupan porque las entretiene (…)/ Ese caramelo mira cómo ella lo chupa/ Ese caramelo mira cómo ella lo cuida/ Ese caramelo mira cómo ella lo mima,/ Ese caramelo mira cómo ella lo soba,/ Ese caramelo mira cómo ella lo mira,/ Ese caramelo cómo las entretiene,/ Después que lo chupa le saca el jugo/ Ella lo guarda para mañana/ Nunca le brinda a sus hermanas/ Lo chupan, lo guardan, lo chupan, lo guardan… Carameloooo». Y eso fue todo para El General, seco debieron dejarlo de tanta succión, el artista que sin quererlo inventó el estilo que menos estilo ha tenido en las salas de cortejo, celo reproductivo y posesión sexual.